domingo, 13 de diciembre de 2009

Esto me huele a... Dios???


Mientras estaba mirando fotos antiguas de una compañera en la recepción, una conversación ajena a nosotros ha atraído mi atención. Una señora entrada en años se dirigía a otro señor entrado en tantos años como ella. 
-"Don Javier, mire, que no se la ha podido comer y la ha escupido."  
-"Si es que son muy mayores, pero insisten en comérsela y así no se puede."
En ese momento no solo mis orejas si no toda mi cabeza se ha girado hacia atrás y he descubierto que Don Javier era el cura y que lo que no se había podido comer alguien era una hostia. Redonda en lo que quedaba de forma, y de color parecido más a las dentaduras postizas en remojo que al blanco divino.  


Después de mirarnos con la cara de asombro normal a la circunstancia, mis compañeros y yo hemos seguido mirando fotos antiguas. Seguíamos riéndonos de las caras y de los vestidos pasados de moda cuando de repente, ha sonado la alarma de incendios. Las puertas de contención se han cerrado automáticamente casi atrapando a la manada de taca-tacas y sillas rodantes que se dirigían de la misa a  sus habitaciones. Nosotros hemos seguido mirando las fotos antiguas, pues es casi más antiguo saber que las alarmas de incendios siempre saltan por motivos insospechados que nunca tienen que ver con el fuego.


Entre todo ese maremágnum de gente, mayor y más mayor, ruido y alarma. Alguien ha pedido la presencia de un hombre, "¡Un hombre, un hombre, coge un extintor!" Yo mirando a mi alrededor, descubro que la definición de hombre en ese instante solo encajaba con mi persona y ahí que me voy detrás de las dulces curanderas, jefas en días de fiesta, con  mi cara de no saber que estaba pasando. He cogido el extintor más cercano y he enfilado por el pasillo donde empezaba a oler a humo, pero con un toque especial, no sé como… del más allá, como un humo trascendente... Entre el humo y las enfermeras ha aparecido Don Javier, retaquillo frailecín, que entre ademanes que le despeinaban los pocos pelos que solo mantiene en las cejas, estaba  intentando dar explicaciones, al verse descubierto por el humo del fuego divino de la forma consagrada. Pues al darle claro reparo de comérsela él mismo, decidió incinerar entre las noticias del día anterior a Jesús  Nuestro Señor, hecho carne en la ostia escupida por la abuela inapetente, por lo menos de carne divina, que seguro que al vino hecho sangre no le habrá puesto reparos. 


Y así quedó resuelto por fin el foco causante de tan desequilibrado momento. Menos mal que no tuve que pegarle con el extintor al fuego, ¿será pecado arrojar espuma sobre las hostias? De todas formas hoy me siento divinamente después de haber esnifado un poquito de Dios.













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