jueves, 24 de noviembre de 2011

Quejas añejas.










Ordenando un armario he encontrado en una carpeta este texto que escribí hace muchos años, quizá más de veinte años. A la vez que ya me dice poco, me recuerda momentos que pasé, extraños momentos de adolescencia tardía...


Quejas:

Me he de quejar y ya. No hay derecho a tener la espalda torcida. No hay derecho a que no haya izquierda. No hay derecho a que unos tengan tanto y a otros se lo roben todo.

En este mundo vil que nos ha tocado vivir se te pegan las paredes del estomago cuando tienes hambre. La boca se llena de dientes y los oídos estallan de dolor, los pelos crecen hacia dentro y los ojos lloran leche desnatada, la nariz huele a labio descompuesto. La barbilla te duele y sangra, te pica, te arrascas y te manchas las manos de sangre roja pegajosa que se te queda entre las uñas coagulada. Afilas las uñas contra el mármol, cierras los ojos y no ves nada. La oscuridad se ha adueñado de ti, ¡qué tranquilidad!

En la oscuridad de los ojos un punto amarillo surge, se mueve, poco a poco, rápido, desaparece, vuelve, ¿lo ves?, ya no está, ¡míralo! Abres los ojos, miras tus manos y se te caen a trozos, como barro seco. Lloras, gimes, y te lamentas y vuelves a cerrar los ojos, ahora todo es blanco, abres los ojos y tus manos, limpias, secas, te tocan la frente, el pelo, la nuca, el hombro, el cuello, el pecho, el codo, te haces un nudo y te atas. Intentas soltarte y no puedes, tus miembros empiezan a enrojecer, tu cabeza se hincha, los ojos se salen, tu nariz sangra y te despiertas en la cama, miras a la derecha, y no ves nada, miras a la izquierda y tampoco. No miras y lo ves todo. Está ahí, lo intentas coger y no lo alcanzas, te levantas, te lavas, te vistes, y te vas.

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