Las abejas me
habían librado de tener compañero en la
habitación del hospital. El que iba a serlo era alérgico a su picadura y
al parecer en ese lado de la fachada se habían encontrado enjambres, que los
bomberos tuvieron que quitar. Parecía que había tenido suerte e iba a pasar la
noche sin compañero. No fue así. Casi a las once cuando ya pensaba pasar una
noche sin respirar por la nariz, pero al menos con la tranquilidad de no molestar
ni ser molestado, una enfermera se puso a preparar la cama de al lado.
Vi como añadía
cintos anclados a la cama para el cuerpo, los tobillos y las muñecas. ¿Qué monstruo
iban a acostar allí? Ya imaginaba un hombre retorciéndose toda la noche con
ganas de salir corriendo berreando. La enfermera quiso tranquilizarme. – Es un
hombre muy majo, que no dice nada, pero que si no le ponemos esto se escapa.
¡Qué bien! Pensé yo. No pasa nada - dije. Y así fue. Al poco tiempo; en un
hospital “poco tiempo” viene a ser hora y media, trajeron en una camilla un
hombre viejito, al que las arrugas casi no le dibujaban los ojos ni la boca. Casi
no podía ni respirar…como para poder moverse, pensé. Lo pasaron en volandas sin
muchos esfuerzos físicos, pero si con muchos esfuerzos logísticos y verbales. Y
allí quedó. A mi lado, tendido como había caído. Sin decir nada. Atado de pies,
tronco y manos.
Y ahí empezó una
noche larga. Muy larga. Se ve que la tensión del hombre se había quedado en su
casa viendo la tele. Y nada más ponerle el aparato en el brazo, las enfermeras
le metieron diferentes bolsas de plástico de varios formatos y nombres acabados
en –ina. Y una maquina de oxígeno parecida a un ET le acompañó toda la noche, y
cada quince minutos emitía una serie de pitidos seguidos de un rumor como de
impresora.
Al parecer los líquidos
acabados en -ina hicieron su efecto y el hombrecillo llegó al nirvana, porque
aquellos ronquidos solo podían salir de alguien que duerma a pierna suelta
entrando por la puerta del nirvana. Y ahí estaba yo con la boca seca, la nariz
tres tallas más grande y taponada y con los ojos como platos, cuando de repente unas voces resonaron en todo la planta, en todo el
hospital. Eran gritos repetidos una y otra vez de un hombre que pedía que le
destaparan. Al rato gritaba que le
levantaran y luego que no había derecho y así toda la noche. Y yo con los ojos
como platos, la nariz tres veces más hinchada, la garganta seca, y mis oídos escuchando
los pitidos de la máquina del vecino y sus increíbles ronquidos.
Debí dormir escasos
minutos en toda la noche. O me
despertaban los ronquidos o los gritos o mi boca seca como un esparto pidiendo
saliva. Por la mañana, mi compañero ya no roncaba. Y el hombre que gritaba a la
noche, debió quedarse dormido. No puedo reproducir en palabras lo que pensé que
se merecía a la mañana aquel sujeto, pero solo se me aparecía en la mente una
sartén.
Al poco rato me
visitó mi médico. Una mujer que vestida de calle podría parecer una joven
estudiante. Todo bien, todo iba bien. Lo mismo recibió mi compañero. Una visita
de un médico que lo debía conocer de otros ingresos. Un médico que por lo que
decía solo le quedaba a mi compañero seguir ahí, estar hasta que en ese día o
en otro ingreso decidiera quedarse con su tensión en casa viendo la tele para
siempre. Mi compañero no parecía entender, o quizá no oía, o quizá ya lo sabía
todo… mucho mejor que el médico.
Al poco de irse
el doctor, entró una auxiliar que comenzó a dar una papilla a mi compañero.
Mientras, yo daba buena cuenta de un café con leche y unas galletas María muy ricas. En ese momento entró una señora. La
que parecía su mujer. Pequeña como él. Enseguida le tomó el turno a la auxiliar
y dio de comer a su marido. De forma
rápida, eficiente, como si lo hubiera hecho ya muchas veces. Cuando acabó, se
dispuso a avisar a su hijo. Usó un móvil, con unos dedos deformados por labores
que distaban mucho de esa tecnología que dominaba ahora no cono mucha destreza.
– Para que lo sepáis, dijo, que estoy aquí otra vez.
La habitación
quedó en silencio. Y mi compañero preguntó a su mujer:
-
¿Qué? ¿Qué te ha dicho el médico? ¿Qué ha dicho?
-
Que estás bien, Pedro, que estás bien…
-
Vale…
Y la habitación
volvió a quedar en silencio. Y yo tuve que mirar el paisaje…